Entre diez y veinte minutos diarios son suficientes para la práctica del mindfulness. Esta práctica puede realizarse tanto en espacios abiertos como en espacios cerrados. En cualquier caso, el ambiente debe ser tranquilo y silencioso, y su temperatura agradable (18ºC – 25ºC). Durante la práctica se puede utilizar música relajante con ciclos repetitivos.
Es aconsejable llevar ropa cómoda, descalzarse y prescindir de todos aquellos complementos que puedan oprimir el cuerpo.
Par a la práctica del mindfulness, la postura más recomendable es sentarse cómodamente en el suelo, sobre una esterilla o un cojín. Debemos procurar que la espalda quede recta, formando un ángulo de noventa grados con las piernas, para facilitar la respiración. El objetivo principal es que el cuerpo esté relajado.
En el nivel básico, los ejercicios de mindfulness centran la atención en la respiración, para escucharla y sentirla, no para pensarla. Cuando tenemos la atención centrada en nuestra respiración, creamos mentalmente una imagen relajante que nos procure bienestar interno. La imagen puede ser real o imaginaria, y podemos ir introduciendo variaciones dentro de ella. Con el tiempo y la práctica, iremos adquiriendo la capacidad de concentrarnos en estímulos específicos sin dificultad.
En el nivel avanzado, mediante el desarrollo de variaciones y su práctica, llegamos a conseguir poner nuestra mente blanco. En este punto, nuestros pensamientos son neutrales, no los juzgamos, sólo los observamos de forma impersonal.
Toda la constancia y el trabajo desarrollados hasta conseguir poner la mente en blanco nos reporta mejoras en la memoria, la concentración, la autopercepción y la inteligencia emocional. Estas valiosas mejoras tienen efectos positivos sobre el sistema inmunológico, la percepción de la soledad y los miedos, entre otras cosas.