En la Antigüedad, los principales conocimientos culturales comenzaron a transmitirse por vía oral y vinculados a la memoria. Más tarde, la música le tomó relevo a la trasmisión oral gracias a que la música tiene la doble capacidad de crear recuerdos y de recuperarlos dentro del cerebro humano.
Una canción (melodía) puede llevarnos a un lugar, traernos el recuerdo de un aroma o trasladarnos a un momento del pasado. El potencial bivalente de la melodía es tal que, en algunos casos de demencia senil o de alzhéimer, la música es la única llave capaz de abrir los recuerdos del enfermo.
El primer canal de memoria de un bebé lo abre la tonalidad (musicalidad) de la voz de su madre por eso el bebé responde a esta musicalidad sin existir todavía comunicación mediante la palabra.
Cuando escuchamos una melodía, se activan varias zonas o regiones del cerebro con objetivos distintos. Por un lado está la identificación de lo que escuchamos con lo que tenemos grabado en la cabeza y por otro puede estar la necesidad de separar la melodía de ruidos exteriores. Pero cuando se trata de una de nuestras canciones favoritas, al escucharla, entran en juego las emociones y los sentimientos vinculados a recuerdos.
Las canciones que me memorizamos se alojan en el lóbulo frontal. Memorizamos una canción asociada a un momento (memoria episódica) y también podemos asociarla a un artista concreto (memoria semántica), pero si además la repetimos mucho porque nos gusta, su grabado en la memoria se da de una forma excepcional al vincularse la creación de memoria a la evocación de emociones. Este intenso y complejo entramado para la memorización de canciones hace que algunas canciones no se olviden jamás.